Cuando el impacto es colectivo
Resumen
Una crisis es un suceso inesperado e infrecuente, impactante o destructivo, que provoca pérdidas, y que requiere esfuerzos y recursos importantes para ser superado por parte de las personas, las familias, las comunidades y las instituciones.
Una emergencia, a su vez, es una crisis en la que hay un número elevado de personas, familias, organizaciones o la comunidad entera afectadas, que deben interrumpir sus tareas habituales y dedicarse a la gestión de la emergencia. Y un desastre es una emergencia debida a algún fenómeno natural que es responsable de los daños.
Las características específicas de las emergencias masivas son:
- Afectan a muchas personas y familias, esto estimula la solidaridad entre ellas.
- Las infraestructuras y los servicios de la comunidad están afectados, de manera que la cantidad y calidad de los recursos disponibles disminuye.
- Suele haber un gran despliegue mediático, del que es imperioso proteger a las personas menores de edad.
- La tendencia a apartar a los niños aumenta, incluso en los medios organizados para este fin.
- A menudo, dada la gravedad de lo ocurrido, las redes de apoyo familiar y psicosocial se estrechan.
Trauma colectivo, consecuencias individuales
Si podemos decir que el trauma se produce cuando una persona sufre una experiencia que rompe su sensación de seguridad (emocional, física o ambas). El trauma colectivo se produce cuando este tipo de suceso afecta a toda una comunidad.
Uno de los grandes retos de las emergencias masivas es la victimización secundaria derivada del caos y la falta de información. Así como el daño primario es el producido directamente por el impacto, el daño secundario se produce durante la gestión del primero.
Ante este tipo de catástrofes siempre hay que tener en cuenta que:
- Todas las personas afectadas responden con síntomas de estrés agudo.
- Algunas personas se recuperarán sin secuelas; otras, en cambio, generarán malestar y sintomatología secundaria.
- Una correcta gestión puede evitar, y en todo caso mitigar, la cronificación de la sintomatología.
- La capacidad de afrontamiento y la resiliencia pueden ser estimuladas, pero también limitadas y destruidas.
- Es mejor invertir en potenciar la recuperación de las personas afectadas que dejarla al azar.
A lo largo de la historia ha habido acontecimientos desagradables que han sido difíciles de integrar por parte de la población. Así, el trauma colectivo es el daño producido por un acontecimiento que impacta a muchas personas a la vez y de la misma manera, pero cuyas consecuencias son individuales. Es decir, un único impacto a gran escala con diferencias en el desarrollo de la sintomatología individual posterior (como pasó con el COVID o la reciente catástrofe por inundaciones en Valencia). Si de estas situaciones se acaba desarrollando un trauma social (un sentimiento compartido por toda la población) que implicará cambios en las dinámicas sociales y en las identidades de la comunidad, lo veremos al cabo del tiempo. El efecto de una sociedad traumatizada se aprecia a largo plazo.
El trauma colectivo es el daño producido por un acontecimiento que impacta a muchas personas a la vez y de la misma manera, pero cuyas consecuencias son individuales.
A nivel individual, las personas pueden presentar:
- Miedo y ansiedad.
- Sentimientos de desamparo.
- Intrusiones de imágenes de lo que pasó.
- Insomnio.
- Hiperalerta.
- Cambios en las creencias sobre la vida y cómo es el mundo.
A nivel colectivo, puede suceder que:
- Se exacerben las desigualdades.
- Aumente el miedo colectivo.
- Se produzca una crisis de identidad colectiva.
- Se presenten sentimientos de desorientación o alienación.
Por otro lado, también podemos ver signos de afrontamiento saludables e incluso de mejoras sociales. Es más, el sentimiento de pertenencia a un grupo que está afrontando de forma saludable una situación potencialmente traumática, puede revertir positivamente en la salud mental de la persona y en su recuperación individual. Después de algunas emergencias y catástrofes, se ha visto un aumento del sentimiento de la cohesión social y el compromiso, un aumento de las acciones de solidaridad, mayor organización y más cooperación en los distintos niveles sociales.
Implicar a la comunidad tanto en las actividades de recuperación como en los rituales de despedida o recuerdo es vital para minimizar los traumas relacionados con la catástrofe.
Uno de los factores que propician la aparición de estrategias de adaptación es el mayor contacto social que se da dentro del colectivo, sobre todo durante las semanas posteriores al incidente. Por ello, es crucial disponer de recursos suficientes y realizar una gestión correcta durante y después del acontecimiento. La experiencia y el significado que se le da a lo sucedido van a marcar la reacción posterior y el desarrollo o no de trauma.
La implicación de la comunidad no es un fin en sí mismo, sino que es fundamental para la recuperación del conjunto. Tras una catástrofe, implicarse ayuda a las comunidades a tomar decisiones sobre su recuperación.
La recuperación, un proceso comunitario
Las fases habituales ante una situación de crisis son:
- Impacto.
- Fase de shock o adaptación (hasta 72 horas después del impacto).
- Fase de afrontamiento (desde las 72 horas hasta el mes después del impacto).
- Fase de recuperación (desde el mes hasta el año después del impacto).
- Fase de resolución (a partir del año).
En las primeras semanas es muy importante compartir información veraz de forma recurrente y realizar actividades de recuperación a corto plazo. A medida que pasa el tiempo, la implicación y la colaboración garantizan que las comunidades puedan desarrollar una visión de futuro y tomar decisiones sobre las actividades de recuperación a más largo plazo. El compromiso comunitario puede devolver la sensación de «recuperar el control» a comunidades que a menudo se sienten impotentes tras sufrir grandes pérdidas y traumas. Esto es importante para el proceso de curación de las personas y de la comunidad en su conjunto. Los expertos, las organizaciones y las instituciones pueden aportar los conocimientos, la experiencia y las habilidades necesarias para que la comunidad tenga más recursos y capacidad de recuperación en el futuro.
Lo más importante son los efectos directos de la catástrofe, que afectarán, por ejemplo, a la capacidad de participación de las personas:
- Se pueden presentar dificultades con lo que consideran procesos burocráticos.
- Muchas personas emplearán su energía en las funciones de la vida cotidiana, que se han vuelto más complejas y requieren más tiempo.
- Muchas sufrirán tensiones económicas.
- Algunas pueden verse físicamente desplazados de la comunidad, viviendo en alojamientos alternativos o ausentándose de la zona durante largos periodos de tiempo.
- Algunas pueden estar aislados debido a su discapacidad, edad o cultura, lo que puede agravarse tras la catástrofe.
Los plazos suelen ser diferentes y las necesidades y prioridades cambian rápidamente (en las primeras fases, pueden cambiar a diario). No obstante, implicar a la comunidad tanto en las actividades de recuperación como en los rituales de despedida o recuerdo es vital para minimizar los traumas relacionados con la catástrofe.
Una recuperación exitosa es receptiva y flexible y debería:
- Permitir a los afectados gestionar y participar activamente en su propia recuperación (por ejemplo, a través de grupos de duelo y ayuda mutua).
- Tratar de atender las necesidades de todas las comunidades afectadas.
- Tener en cuenta los valores, la cultura y las prioridades de todas las comunidades afectadas. Es importante respetar las diferencias culturales y tener en cuenta los aspectos religiosos.
- Utilizar y desarrollar los conocimientos, el liderazgo y la capacidad de recuperación de las propias personas.
- Reconocer y aceptar que se pueden elegir distintos caminos hacia la recuperación.
- Garantizar que las necesidades específicas y cambiantes de las comunidades afectadas se satisfacen con políticas, planes y servicios flexibles y adaptables.
- Crear asociaciones sólidas entre las comunidades y los participantes en el proceso de recuperación. Contar con el tercer sector para ofrecer ayuda de forma proactiva.
Finalmente, hay que prestar especial atención a no culpabilizar, no restar ni limitar la autonomía de las personas y no apartar a nadie.
Teléfono de la Esperanza 93 414 48 48
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