Más allá de la dieta en el tratamiento de la obesidad infantil
La obesidad es considerada por la Organización Mundial de la Salud como la pandemia del siglo XXI (OMS, 2003). La prevalencia en España (menores entre 6 y 9 años) sitúa el sobrepeso en un 22,4% de los niños y el 23,9% de las niñas y la obesidad infantil en un 20,4% de niños y el 15.8% de niñas (Estudio ALADINO, 2016).
A pesar de más de tres décadas de estudio, seguimos sin tener la llave maestra que nos permita resolver completamente esta patología. Las intervenciones clínicas o preventivas, y las políticas gubernamentales suelen tener resultados modestos, que generalmente no se mantienen en el tiempo, y que no consiguen reducir las tasas de prevalencia actuales (Ortega et al., 2015).
La obesidad implica la acumulación excesiva de grasa corporal, pero no explica qué es lo que ha provocado esta acumulación. Por ello, los expertos recomiendan hablar de «obesidades» en lugar de obesidad, como forma de enfatizar que, bajo una definición común, pueden estar ocultándose problemas diferentes (Karasu, S.R., 2016).
En ese sentido, desde el grupo de investigación ANOBAS de la Universidad Autónoma de Madrid, se ha llevado a cabo la validación de un modelo teórico llevado a cabo por Erik Hemmingsson (Hemmingsson, E.2014), un reconocido experto mundial en obesidad, que intenta dar luz a uno de esos posibles caminos que ayudan a desarrollar y mantener la obesidad infantil.
Este modelo permite analizar las diferentes variables (por ejemplo, la edad de los padres, nivel educativo y estatus laboral) y sus interrelaciones con las de otros grupos (por ejemplo, el ambiente familiar o variables psicológicas del niño), para estudiar su relación con la aparición de obesidad durante la infancia.
El modelo muestra una serie de pasos en las que distintas variables psicosociales y familiares se ponen en interrelación, facilitando un ambiente obesogénico (aquel que favorece el desarrollo de obesidad o que estimula hábitos y comportamientos que conducen al exceso de peso) para que los niños y niñas desarrollen obesidad en esta etapa inicial. En primer lugar, se parte de familias que se encuentran en desventaja socioeconómica (Paso 1) y presentan niveles más altos de ansiedad y depresión (Paso 2), probablemente asociado al estrés y la inestabilidad que implica su situación actual. Estos niveles altos de malestar emocional acaban afectando al ambiente familiar (Paso 3), generando un clima disfuncional, con mayores niveles de conflicto familiar, comentarios críticos entre los miembros, y falta de comunicación, que es absorbido por parte de los menores.
Las familias desbordadas por problemas y necesidades diarias no están emocionalmente disponibles para atender las necesidades afectivas de los niños y niñas. Por tanto, éstos tienden a aprender unas estrategias de afrontamiento limitadas, por lo que pueden verse desbordados por el contexto familiar estresante y conflictivo (Paso 4), y recurrir a comportamientos poco saludables para tratar de sentirse mejor.
Este es el momento en que podría producirse la relación entre el malestar emocional y la comida. La comida, especialmente los alimentos ricos en azúcares y grasas, puede convertirse en ese momento en una de las formas más rápidas y accesibles de reducir un estado emocional desagradable (Paso 5) (Hemmingsson, E.,2014). Se ha comprobado que un porcentaje significativo de los niños y niñas con obesidad infantil, en torno a un 30%, presentan un tipo de alimentación patológico que se caracteriza por la presencia de una sensación de pérdida de control cuando comen (Byrne et al., 2019). Siguiendo los resultados del modelo, ese tipo de alimentación podría ser el nexo de unión entre el malestar emocional del niño y el desarrollo de obesidad infantil en estas familias.
La obesidad, una enfermedad social
En nuestra investigación, llevada a cabo a lo largo de 5 años, han participado 220 familias con niños entre 8 y 12 años, evaluados a través de entrevista clínica en sus centros de atención primaria y diferentes colegios de la Comunidad de Madrid.
Los resultados de este estudio enfatizan la importancia de las variables sociales, familiares y psicológicas en el desarrollo de la obesidad infantil. La obesidad no se considera únicamente una enfermedad física, sino una enfermedad social.
Por tanto, no parte necesariamente de un problema en la persona, sino de la interacción de la persona con su entorno, dónde en muchos momentos la persona no encuentra recursos de afrontamiento saludables, y busca válvulas de escape de forma continuadas que son nocivas para su salud (por ejemplo, el tabaco o comida basura).
El comportamiento de estos niños podría tener un funcionamiento similar al de las personas que desarrollan trastornos del comportamiento alimentario, en especial al trastorno por atracón (Shomaker et al., 2010). El trastorno por atracón se caracteriza por la presencia de episodios de descontrol con la comida en los que se consumen grandes cantidades de comida (American Psychiatric Association, 2013). Sin embargo, en el caso de los niños, resulta complicado identificar qué se considera una gran cantidad de comida, debido a que los niños tienen diferentes necesidades nutricionales en función de su sexo, edad y etapa de crecimiento.
La sensación de pérdida de control en la ingesta, independientemente de la comida, se está convirtiendo en el principal marcador de alimentación patológica en la infancia. Los estudios no encuentran diferencias entre los episodios de atracones y la pérdida de control en la ingesta, presentando ambos un mayor malestar emocional, así como actitudes de riesgo para el desarrollo de trastornos alimentarios que los niños sin sensación de pérdida de control en la ingesta (Shomaker et al., 2010).
En ese sentido, parece especialmente relevante que los profesionales dejen de focalizarse en el peso y en la comida, y empiecen a hacerlo en la función que cumple la comida en la vida cotidiana de estos niños, para poder realizar tratamientos ajustados a sus estresores sociales y familiares específicos.
Implicaciones para la prevención y tratamiento de la obesidad infantil
Las intervenciones clínicas actuales, basadas en la promoción de una alimentación saludable y el aumento de la actividad física, podrían ser insuficientes para aquellos niños que desarrollan obesidad partiendo de problemas familiares y emocionales. A continuación, se detallan algunas de las recomendaciones apropiadas en la intervención psicológica de niños/as con obesidad infantil.
- Trabajo con la familia
Múltiples estudios previos han encontrado que las familias de niños con obesidad presentan un ambiente familiar desajustado (Çolpan et al., 2018; Halliday et al., 2014; Sepúlveda et al., 2020). Este ambiente resulta en un estresor crónico para el niño, que favorece el mantenimiento de los síntomas alimentarios (Peris, T.S., y Miklowitz, D.J., 2015). Esto implica que, aunque se trabajen otros aspectos importantes en el desarrollo de la obesidad, e incluso aunque se consiga un peso más saludable a corto plazo, si no se trabaja con la familia, los niños tienen un mayor riesgo de recaer a medio y largo plazo (Peris, T.S., y Miklowitz, D.J., 2015).
Por ello, las intervenciones llevadas a cabo en estos niños deberían contar con módulos específicos de trabajo con la familia, proporcionando estrategias de cuidado y de comunicación efectiva entre los miembros. Este tipo de módulos son frecuentes en el tratamiento de los trastornos alimentarios, y están mostrando eficacia en obesidad infantil (Altman, M., y Wilfley, D.E., 2015; Sepúlveda et al., 2019).
- Regulación emocional
Los niños con obesidad, especialmente aquellos que identifican pérdida de control en la ingesta, tienden a tener una prevalencia más alta de problemas psicológicos, en torno al 50-54%, especialmente ansiedad y depresión (Sepúlveda et al., 2018; Vila, G., 2004).
Puesto que este malestar emocional favorece la ingesta, sería recomendable introducir módulos específicos de tratamiento orientados a la gestión emocional: autoconciencia de las emociones y estrategias de afrontamiento adaptativas ante las emociones desagradables (Goldschmidt et al., 2018).
- Alimentación flexible
Es bien conocido que las dietas, la restricción alimentaria y etiquetar ciertos alimentos como «prohibidos» son factores de riesgo para desarrollar problemas alimentarios y pérdida de control en la ingesta. Por ello, las intervenciones dirigidas a trabajar con niños con obesidad, especialmente aquellos que presenten pérdida de control en la ingesta, deberían ser especialmente cuidadosas en este aspecto.
Eliminar o reducir drásticamente la presencia de ciertos alimentos en la dieta del niño podría provocar un aumento paradójico de su consumo, debido al carácter impulsivo del comportamiento.
Por ello, se recomienda incorporar en la alimentación del niño alimentos sabrosos, especialmente aquellos ante los que suele aparecer descontrol, de una forma planificada, con el objetivo de regular la ingesta de forma graduada (Goldschmidt et al., 2018).
- Entrenamiento en atención plena en la alimentación
De la misma forma, se ha recomendado el uso de la práctica basada en atención plena para regular la ingesta en los jóvenes con problemas de alimentación o peso. Estas intervenciones, que suelen centrarse en el reconocimiento y la respuesta a las señales fisiológicas relacionadas con la comida, podrían ayudar a los niños a prestar una mayor atención a sus señales internas, reduciendo la atención a las señales externas relacionadas con la alimentación (hambre/saciedad). Este tipo de tratamientos están comenzando a demostrar eficacia preliminar en el tratamiento de la obesidad pediátrica y las conductas alimentarias desadaptativas (Goldschmidt et al., 2018; Kral, T.V.E, y Rauh, E.M., 2010).
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