Envejecer siendo mujer

Resumen
En el imaginario social, a medida que las mujeres transitamos de la madurez a la vejez, se nos invisibiliza como agentes protagonistas de una vida propia, a pesar del esfuerzo que hemos invertido para conseguir que nuestras vidas, no sólo estén a la altura de las exigencias familiares y del entorno, sino también de nuestras propias aspiraciones.
Este imaginario, todavía hoy en día, se refuerza en muchas creaciones audiovisuales que muestran personajes de mujeres maduras cuya máxima ocupación y preocupación es aparentar que siguen siendo jóvenes, incapaces de habitar sus cuerpos envejecidos, lamentando haber sido sustituidas en sus matrimonios por jovencitas sexualmente reproductivas o mostrándose incapaces de cuestionar el modelo patriarcal que las ha arrinconado exclusivamente por su edad. Representan en demasiadas ocasiones papeles en los que su sexualidad ha sido anulada y su valor social depende de su capacidad como cuidadoras, especialmente como abuelas.
Las inquietudes y deseos de las mujeres mayores a menudo se quedan en un segundo plano frente a las demandas de una disponibilidad como «seres-para-otros» sin fisuras.
Así lo contaba recientemente la actriz María Galiana en una entrevista, a propósito del final de la serie Cuéntame cómo pasó, tras 22 años de éxito en Televisión Española en horario de máxima audiencia. Según explicó en la entrevista, estuvo todo ese tiempo tratando de convencer al equipo de guionistas que la dejaran ser algo más que la abuela de la serie, entre otras cosas porque ella es muy diferente en su vida real, pero prefirieron convertirla en «la abuela de España», perdiendo una maravillosa oportunidad para ofrecer la imagen de una mujer mayor que rompiera con la idea de que, llegadas a determinada edad, las mujeres sólo podemos desempeñar un rol familiar y nada más.
Este imaginario limitante de las vejeces femeninas tampoco mejora si nos centramos en el entorno familiar, en el que, en muchas ocasiones, las inquietudes y deseos de las mujeres mayores se quedan en un segundo plano, como un paisaje desdibujado frente a las demandas de una disponibilidad como «seres-para-otros» sin fisuras.
Roles familiares, edadismo y presión estética
Por eso, las mujeres reales, todas nosotras, nos vemos reflejadas de manera excepcional en películas y series que han salido de la mente de creadoras -guionistas, directoras, productoras- que se han atrevido a contar nuestras historias y las suyas como mujeres diversas que somos.
Pero necesitamos más, mucho más. Porque no todas somos esposas, ni madres ni abuelas. Y entre las que sí lo son, no todas centran su vida sólo en estos papeles, porque saben que han sido y pueden seguir siendo mucho más que eso. Por supuesto que los roles familiares son relevantes, eso ya lo sabemos, a pesar de que la sociedad patriarcal en la que vivimos no les ha dado valor ni relevancia social. Más bien estos roles han representado el mecanismo de control de las vidas, los deseos y las aspiraciones de las mujeres. Nos han educado para que creamos que esos papeles son los únicos importantes. Lo son y mucho. Las mujeres hemos sostenido la vida, y nuestro trabajo reproductivo, doméstico y de cuidados nos ha mantenido en pie como especie. Y las mujeres mayores son piezas claves en sus familias extensas, aportando cuidados y apoyos sin los cuales la vida cotidiana se pararía, porque hasta edades que alcanzan los 80 años, las mujeres aportan más cuidados de los que reciben. Debemos construir comunidades corresponsables en las que estos trabajos relevantes dejen de tener género y en los que las mujeres mayores podamos pensar nuestras vidas desde los derechos y las oportunidades.
Debemos construir comunidades corresponsables en las que las mujeres mayores podamos pensar nuestras vidas desde los derechos y las oportunidades.
Envejecer y llegar a viejas -mayores, senior, veteranas o como cada cual quiera definirse- no debería implicar tener que adoptar un modelo estético que nos obliga a utilizar todos los medios a nuestro alcance para ocultar nuestra edad: cremas, tintes, deporte, incluso cirugía estética. Nos venden cremas para borrar las arrugas (algo que no se consigue por mucha crema que nos pongamos); nos sentimos condicionadas a teñirnos el cabello para ocultar nuestras canas y disimular la edad que tenemos; nos ofrecen todo tipo de actividades deportivas para tener la carne prieta y la figura delgada; y nos convencemos para entrar en un quirófano para conseguir un aspecto juvenil inalcanzable, alterando nuestro rostro y nuestro cuerpo.
Vivimos en una sociedad edadista y sexista que nos empuja a centrar nuestra atención en la apariencia y en una estética que nos impide «ser», y que nos hace estar enfadadas con nuestro cuerpo envejecido. Sentirnos a gusto con nuestro cuerpo cuando envejecemos nos permite disfrutar de cada uno de los sentidos, nos permite seguir aprendiendo, compartiendo, experimentando, en definitiva, viviendo. Las mujeres maduras y mayores tenemos que hacernos visibles, tal como somos, con nuestros cuerpos, trayectorias, preferencias sexuales o identidades diversas, siendo conscientes de las desigualdades que nos atraviesan de manera colectiva, que son muchas.
Discriminación de género e interseccionalidad
Ser mujer, vieja, de clase baja, racializada, con diversidad funcional, migrante o LBTIQ+ son posiciones que, cuando se entrecruzan, implican situarse todavía más en los límites. Sobre todo porque gran parte de las carencias que muestran muchas mujeres mayores -bajo nivel de instrucción, bajos recursos económicos, sexualidades anuladas, mal estado de salud, escasos apoyos de cuidado, etc.- son el resultado no sólo de la discriminación de género que ha atravesado sus cursos vitales, sino de esas otras discriminaciones que todavía han impedido en mayor medida su acceso a la educación, al empleo, a la cultura y al ocio, al disfrute de una buena salud o a los derechos sobre su cuerpo y su sexualidad. En este sentido, la discriminación de género no afecta en la misma medida a todas las mujeres, si atendemos a variables como su estado civil, su clase social, su orientación sexual, o su origen, aspectos cruciales que evidencian una heterogeneidad entre las propias mujeres mayores debido a la diversidad de sus trayectorias personales.
Vivimos en una sociedad edadista y sexista que nos empuja a centrar nuestra atención en la apariencia y en una estética que nos impide «ser», y que nos hace estar enfadadas con nuestro cuerpo envejecido.
Lo cierto es que estas intersecciones se han ido poniendo en las agendas feministas a cuentagotas. De hecho, la intersección entre patriarcado y edadismo es una de las más recientes, novedosas y menos abordadas. Lo que, unido al escaso interés que ha tenido la gerontología -la ciencia que estudia el envejecimiento y a las personas mayores- por introducir una mirada feminista tanto en el ámbito de la investigación como en el de la intervención, ha provocado que los cuerpos y las vidas de las mujeres mayores quedaran invisibilizadas, silenciadas, distorsionadas e infravaloradas. Por ello, es imprescindible que tengamos en cuenta las desigualdades y opresiones sistémicas e históricas que nos afectan en todo el curso vital y que el análisis sea estructural y colectivo a través de la crítica social y no sólo a través del empoderamiento individual.
No podemos entender la situación de las mujeres mayores de hoy sin incorporar factores como el género, la organización de la estructura familiar, la división sexual del trabajo, las normas sociales, los efectos del racismo, machismo y capacitismo, junto con la clase social, entre otros. Además, para comprender las relaciones de opresión que han afectado a las mujeres mayores, hay que escuchar sus relatos de vida para conocer las barreras estructurales y los factores sociales que hay que modificar para que mejore su calidad de vida y la de las generaciones que estamos envejeciendo, para crear una sociedad más justa para las mujeres de todas las edades.
Incorporar la perspectiva feminista en el envejecimiento es un reto ético y político impostergable, si queremos tener sociedades con equidad. Debemos combatir la discriminación que todavía sufrimos las mujeres al envejecer, para visibilizar nuestra heterogeneidad, para potenciar nuestras fortalezas y para ofrecer una mirada liberadora de nuestras vejeces. Ser protagonistas de nuestras vidas es un derecho a todas las edades.
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