Todas las familias explican que la inclusión en la educación infantil y en la primaria es más sencilla. En secundaria suelen haber más problemas: quizás los profesores no están acostumbrados a tratar alumnos con discapacidad y se suma la cuestión de la adolescencia.
En el aula, las personas con autismo podemos tener dificultades para entender convenciones sociales relativas a jerarquías de poder en el contexto escolar. Por ejemplo, un alumno no se dirige del mismo modo a un compañero que a un docente o a un directivo. También padecemos falta de iniciativa para la comunicación y la relación con las otras personas de nuestra edad, o formas inadecuadas o fallidas de intentos de establecer vínculos, y dificultades para adecuarse a los tiempos de trabajo escolar, sobre todo cuando hay un excesivo y rígido perfeccionismo que lo lleva a centrarse en detalles de la tarea y una realización minuciosa y lenta de la actividad. Así, por ejemplo, en este sentido puede ser interesante utilizar la técnica del encadenamiento hacía atrás (ayudarles, la primera vez, a hacer toda la tarea, otra vez dejar que hagan el paso final, otra vez los dos pasos finales, etc. Así sabrán qué han de hacer y cómo y acabarán haciéndolo de forma autónoma).
Respecto a las dificultades en la adaptación, a los ritmos y organización del trabajo escolar: agendas, deberes, trabajos en grupo, exámenes, etc., una buena idea es anticipar siempre lo que va a pasar: avisar, por ejemplo, que en 10 minutos empezaremos X, tener el horario siempre a la vista y, a lo mejor, trabajar con temporizadores.
Como también podemos tener dificultades para compartir con otros compañeros momentos de ocio o de actividades escolares grupales: patios, excursiones, trabajos en grupo, comedor, etc. hay que buscar, y no forzar, en este caso, vías de participación en estas actividades, para que vayan cogiendo confianza. Por ejemplo: si no se les dan bien los deportes, pueden ayudar llevando el marcador. Eso les hará entender las reglas y coger seguridad. Lo que puede llevar a que algún día deseen participar activamente en el juego.
Dado que acostumbramos a ser vistos por los demás como personas raras, que sólo se interesan por sus cosas o por temas muy específicos, somos propensos a sufrir situaciones de abuso.
Así, es necesario apoyo continuo, y digo apoyo y no sobreprotección, en los centros escolares por parte de los equipos de educadores, de terapeutas y resto de personal, que busquen reforzar la autonomía bien entendida.
Estos profesionales, claro, deberían poder ser bien formados. Además, quizás debería innovarse en la forma de transmitir el mensaje educativo y en cómo evaluar los conocimientos adquiridos, quiero decir, de forma más oral, visual e individualizada, y menos escrita y generalizada. Sin que se entienda por ello bajar el listón, pues jugar a un juego «distinto» no es igual a ponérnoslo más fácil. Un ejemplo muy fácil de entender es, dada nuestra dificultad de gestionar las situaciones novedosas o nuestra preferencia por las rutinas, eliminar los exámenes sorpresa. Enterarnos así de que vamos a tener un examen, nos va a poner muy, muy nerviosos, y seguramente suspenderemos, aunque sepamos las respuestas.